De una relación tóxica a la libertad de elegir

Por: Alani Asturias

Tuve un novio tóxico, el «bad boy”, a ese que estaba segura que yo podía salvar. Pasó por mi vida varias veces, aunque con diferentes nombres. Acepté cosas que son inaceptables y definitivamente hice cosas de las que no estoy orgullosa. No digo que él sea una mala persona, así como yo tampoco lo soy. Pero algo –muy mal- en mí atraía eso de él, que sacaba eso en mí. Un círculo vicioso, espantoso y diseñado para volver a la repetición. 

Fue a través del trabajo introspectivo de la meditación y el yoga que logré encontrar esa herida en mí. Una historia no resuelta con sentimientos de abandono en relación a mi papá. Estaba entonces condenada a buscar hombres no disponibles emocionalmente, confirmándome así que yo me merecía ese abandono, y defendiendo a mi papá, pues “todos los hombres son así». Pero no, no todos los hombres son así, y yo me merezco un hombre presente, capaz de estar y compartir conmigo. Fue así como me liberé y ahora puedo elegir a quien realmente quiero. 

Mi papá no me abandonó a mí. Se separó de mi mamá, por lo que se fue de la casa. Eso no hace que duela menos, pero sé que no fue conmigo, contra mí, no me abandonó a mí. Mis emociones siguen válidas, pero las de él también. Él hizo lo mejor que pudo con las herramientas que tenía en ese momento. Poder ver la realidad con otros ojos, no con los lentes de: me dejó a mi porque no me merecía su amor, me permitió también re significar mi historia. Entender mi pasado, abrazar a esa niña que se sintió dejada y estaba dispuesta a sacrificarse por ese amor y cambiar mi presente. Me permitió darme cuenta que otro tipo de relación es posible, y que las limitaciones que tengo, usualmente me las pongo yo. 

La práctica es un reflejo de cómo vivimos y cómo vivimos es un reflejo de nuestra práctica. Es así como trabajando en el mat, empezamos a ver cambios en otros ámbitos de nuestra vida. Por ejemplo, yo buscaba siempre la aprobación del maestro, haciendo más que mi mejor esfuerzo, especialmente si caminaba cerca de mí. “Una buena práctica» era cuando el maestro hacía algún comentario a lo que yo estaba haciendo. De lo contrario me sentía no reconocida, no validada. Como si yo valiera por lo que puede hacer mi cuerpo.

Así como buscaba esa mirada externa de cualquier figura de autoridad para validarme – de mis catedráticos, de mis amigos, de mis papás. No podía pensar graduarme sin mención honorífica, porque entonces no valía de nada. Perdí el miedo de ir hacia adentro, de sentir, de ponerme atención. Pero también encontré un lugar seguro en el que puedo soltar, en el que puedo expresar todo eso que estoy sintiendo y salir con ese peso menos, la famosa catarsis. 

Las prácticas son profundas, intensas y enormemente liberadoras. Hay algo especial que se mueve adentro de ti cuando mueves tu cuerpo. Esas flexiones hacia el frente, hacia atrás, las torsiones profundas, esa sensación de haber llegado al límite y seguir respirando sin salir corriendo. Aprender a sostener la postura en un cuarto lleno de gente, escuchando la fuerza en la respiración de los demás y sintiendo ese calor, esa vida, ese prana tiene un poder impresionante, para el cual las palabras no son suficientes. 

El trabajo no termina. Conforme vas sanando y trabajando algunos aspectos, te das cuenta que somos seres complejos y estamos conformados por distintas capas y niveles, como una cebolla. Es ese poder de verme vulnerable y fuerte a la vez, tan cruda y tan real que hace que el yoga sea mi estilo de vida. Espero que encuentres en la práctica esto tú también. 

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